Hoy hace
exactamente once meses de mi última entrada publicada, ¡parece un buen día para
publicar otra! No sé si empezaré a escribir de forma regular, o este breve
articulillo es fruto de un brote repentino de inspiración. De cualquier manera, aquí está.
Uno de los
criterios con los que juzgamos el comportamiento humano es la racionalidad del
mismo. La racionalidad es la capacidad de evaluar la situación y reaccionar de
la manera idónea para lograr un objetivo. Según esta definición, una acción
será racional si nos acerca al objetivo que perseguimos.
¿Pero cuál es el
objetivo que perseguimos las personas? Hay muchas posibilidades; ser felices,
hacer el bien, ir al cielo, o puede que cada persona tenga el suyo propio, da
igual, no es la finalidad de esta entrada reflexionar sobre el sentido de la
vida. Sea cual sea, el objetivo último de la vida será un fin en sí mismo, si
no, no sería el objetivo último de la vida. Aplicando la definición anterior de
racionalidad, se deduce que el fin último de la vida es irracional, porque no
persigue ningún otro fin. De este modo, resulta que todas las acciones que
consideramos racionales, no lo son, pues persiguen un objetivo irracional.
Así que al final parece que la racionalidad no es un buen
criterio para evaluar el comportamiento humano, pues es igual de racional beber
agua cuando tienes sed, que prenderte fuego si tienes calor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario